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Discurso de posesión presidencial Colombia 1918 | Kevin Bermúdez

Discurso de posesión presidencial Colombia 1918

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Marco Fidel Suárez

Excelentísimo señor:

De acuerdo con la costumbre establecida, debo ratificar y explanar por medio de este discurso el juramento que acabáis de recibirme. Parte de lo que voy a decir tiene un significado absoluto, comprendido dentro de ese juramento; parte es la expresión de votos cuya realización no depende sólo de mi voluntad sino de condiciones contingentes de todos modos, es para mi sumamente satisfactorio el haber prestado aquella promesa ante vos, Excelentísimo señor, cuyos talentos y grandes servicios prestados a la República os colocan en la primera línea de nuestros conciudadanos; ante vos, heredero de un nombre ilustre, que compendia la sabiduría, las virtudes y el martirio.

Primero que todo, debo venerar el recuerdo de mis predecesores, en cuya presencia deseara vivir, no para imitar sus cualidades o hechos heroicos, cosa superior a mis alcances, pero si para seguir sus ejemplos de probidad, aplicación al trabajo, moderación y sufrimiento. Hago singular mención de mi antecesor inmediato, quien merece gratitud por su espíritu de legalidad, por el estricto cumplimiento que ha dado a las obligaciones del crédito exterior y por la obra de simplificación que ha efectuado en el Gobierno, resolviendo inveteradas cuestiones de orden internacional, concluyendo importantes negocios administrativos, como los referentes a Puerto Wilches y al Sindicato de Muro, y adelantando, entre otras obras de utilidad pública, el Ferrocarril del Tolima, en tiempos tan difíciles como los que han tocado a su administración No es necesario decir que las relaciones entre el Estado y la Iglesia continuarán atendidas con esmero, de modo que la Constitución Nacional y los concordatos fielmente observados, mantengan tranquilas a las dos autoridades dentro de sus respectivas esferas y conserven incólumes los vinculos de amistad y mutuo respeto que las unen. La neutralidad de la República respecto de las naciones beligerantes, es asunto que seguirá conduciéndose con toda la solicitud debida, sin que esa neutralidad, que no equivale a indiferencia, impida al Gobierno la franca manifestación de sus opiniones cuando asi lo exija el celo que debe desplegarse en favor de los principios tutelares del derecho

Con las naciones limítrofes se continuará cooperando en la labor, ya adelantada, de definir los derechos territoriales por medio del arbitraje o de arreglos directos, que consulten la justicia y la conveniencia mutua. Con las naciones cuyo grupo lleva el nombre del Libertador, debemos también cooperar a efecto de que los Congresos bolivianos sigan celebrándose, lo cual activará las mutuas relaciones de esos pueblos y podria fomentar a la larga un concierto amistoso que facilite en bien de todos la colonización de sus territprios vertientes al Orinoco y al Amazonas, una vez definidos los derechos de cada uno

A las naciones latinoamericanas de quienes Colombia recibe ilustres pruebas de consideración y amistad, debemos corresponderles tratando de estrechar con ellas las relaciones jurídicas, literarias y comerciales, y cooperando, según nuestras facultades, en favor de cuanto pueda exaltar el prestigio y prosperidad de estos pueblos. La hermana mayor de quien hablaban los antiguos patricios de los Estados Unidos hallaría así en las hermanas menores los elementos que pueden formar en torno de aquélla la gran constelación de las naciones americanas. Y cuando tengamos un muelle o un puerto proporcionados a las necesidades de nuestra costa occidental, podremos revisar los tratados con las naciones del Pacífico, a fin de promover con ellas un comercio más activo. 

Nuestras relaciones con los Estados Unidos de América han de considerarse por el lado de su valor y por el de ciertas circunstancias que actualmente las afectan. Su importancia es indiscutible y procede del necesario influjo de las masas y de las distancias, Ella además ha sido reconocida por muchos de nuestros estadistas, como vuestro ilustre padre y como los Sres. Murillo, Nuñez, Caro, Galindo y otros colombianos eminentes. Ahora mismo estamos experimentando el valor de esas relaciones, pues al principio de la magna guerra nuestras importaciones decayeron, para empezar a subir en 1915 y llegar en 1916 a una cifra que superó a la máxima de 1913, pero todo fue entrar los Estados Unidos en la guerra en Marzo de 1917, y comenzar para nuestro comercio un descenso creciente que ha sido la principal causa de nuestra crisis económica y fiscal.

Todo esto comprueba cuán importantes son las relaciones entre Colombia y la Unión Americana, las cuales desgraciadamente han experimentado lamentable quebranto, sobre todo al estado de guerra imperfecta en que durante ese tiempo se hallaron, pues a esa especie de guerra equivalió el impedimento que opusieron varios Gobiernos de los Estados Unidos para que Colombia recuperase la mejor de sus provincias.

En 1914 aquella situación fue sustituída por una de franca amistad, mediante la Convención de 6 de Abril de ese año, pactada a propuesta del Gobierno de Washington y que comprueba de parte de él un alto espíritu de equidad, así como su aplazamiento en el Senado demuestra lo contrario de parte de sus opositores. Con todo, es de esperar que al fin se corone una obra en que tanta parte ha tenido el gran Magistrado que se presenta ante el mundo y se presentará ante la historia como el primer defensor de la integridad territorial de las naciones; es de esperar que aquel tratado reciba su final ratificación en la tierra donde Guillermo Penn reconoció a los aborigenes la propiedad de su territorio, y donde ayer no más fueron compradas por subido precio las pequeñas Antillas danesas. Otra suposición

es incomprensible en estos tiempos y en una nación el Gobierno y el pueblo exaltan boy como nunca la bandera de la justicia. Esa justicia tiene que desvanecer cualquier pretexto excogitado contra nuestro derecho, pues ni aun la teoría de la expropiación por causa de utilidad universal podria justificar un despojo que no fue previamente indemnizado, que se consumó precipitadamente y sin dar lugar a las reformas constitucionales necesarias, que violó un Tratado público y solemne, y que en vez de ceñirse a la zona del Canal, nos arrebató el Istmo americano, más precioso que el de Alejandría y la porción más excelente quizá de los mares y tierras del planeta.

Viniendo a los poderes que forman el régimen del Estado, diré que el Gobierno cultivará con el Poder Legislativo las atentas y solícitas relaciones que le obligan por ley y por costumbre. Del Congreso espera aquél no sólo el concurso de sus decretos legislativos, sino el de su consejo colectivo o parcial en los casos de mayor momento. A su turno, el Poder Ejecutivo pondrá de su parte el estudio necesario para desempeñar las funciones de colegislador, preparando los proyectos de ley que crea convenientes así como los informes o dictámenes que las Cámaras necesiten. Esta armonía, observada por el Gobierno precedente, seguirá produciendo saludables resultados tales como la división del trabajo que las comisiones legislativas observan en la preparación y estudio de las leyes proyectadas, lo cual evita las discusiones demasiado prolijas en el seno de las Cámaras y el concretar las tareas legislativas a su objeto natural, relegando de su seno las discusiones de política y confiando a la comisión del ramo los debates sobre interpretación del reglamento. Poco dista ya de estas reformas la institución de lo que en otras partes se llama comisión conservadora y que en receso de las Cámaras se dedica en la capital a alistar los estudios que han de presentarse a la legislatura siguiente.

Entre las leyes que debieran expedirse, retocarse o abolirse, parece que la opinión pública señala la ley reciente sobre excarcelación con fianza; la llamada a establecer penas más severas contra los delitos de sangre, que se multiplican de modo alarmante; la llamada a mejorar el régimen penitenciario; la que modifique el juicio por jurados y una especial, transitoria si es preciso, que ataje con severidad los delitos de alzamiento con caudales públicos. La sociedad pide a sus legisladores que consulten el bien común, a pesar y despecho de sentimentalismos olvidados en los pueblos más cultos; la sociedad espera que los negocios que la interesan fundamentalmente se traten en su obsequio y no en obsequio de los partidos, con criterio formado por ideas y no por preocupaciones y apasionamientos. También opina el público que la ley electoral debe revisarse para evitar que las votaciones populares, como ha sucedido recientemente, sean ocasión y objeto de violencias que, repitiéndose, nos harán regresar a tiempos de lamentable recuerdo. Si conviene que la fuerza pública y policía se abstengan de votar, por eso mismo deben quedar expeditas para acudir a poner orden en torno de las mesas electorales y a evitar cualesquiera violaciones públicas de la ley.

II

La administración de justicia es la administración de la libertad porque es la salvaguardia del derecho. Hoy especialmente están más obligados los jueces y tribunales a perfeccionar las libertades públicas, haciendo efectivas las responsabilidades legales sin las cuales aquéllas son nombre vano. Esta reflexión es aplicada por el público de una manera particular a los derechos y sanciones que entraña la libertad de imprenta, en favor del individuo, de la sociedad y del Estado. Si a los jueces se les facilitan los medios de efectuar aquellas sanciones y si ellos se resuelven a conquistar una gran reputación fundada en el cumplimiento de ese deber, entonces la honra privada, la tranquilidad social y los intereses y el decoro de la República quedarán en salvo y coexistirán con la libertad más amplia que puede hallarse en el mundo; de lo contrario, esa libertad, en vez de denotar y defender nuestra cultura, creará e indicará una situación crónica de atraso.

Respecto de la administración pública, la experiencia sigue aconsejando lo que me he atrevido a llamar “ingerto de civilización» adaptable a los varios servicios, como correos, telégrafos, aduanas, contabilidad, sanidad, estadística. La hacienda misma puede ser reorganizada con el auxilio de la ciencia y práctica extranjeras como lo hacen naciones muy adelantadas, lo cual no debe herir el sentimiento nacional, como no menoscaba el decoro del individuo solicitar el consejo de los más entendidos

Las rentas y su distribución, esto es, los productos y consumos de la riqueza fiscal, lo mismo que el crédito interior y exterior de la República son cosas que reclaman la atención más ahincada del Congreso y del Gobierno ejecutivo. Por el desarrollo creciente del comercio; por las mudanzas que en esta materia va determinando la guerra; por las que traerá la paz; por el reconocimiento de la fecundidad de nuestro suelo, y por la atención que despierta nuestra tierra a causa de su situación geográfica, puede decirse que para nosotros ha sonado la hora de ser o no ser en punto de progreso industrial. La fortuna pasa y vuelve a pasar en frente de nosotros y nos pone día por día en la necesidad y en el deber de asirla. El esfuerzo de ese momento no debe ser tanto de discusiones y teorías, como de trabajo y de práctica.

A este fin nada más atinado, Excelentísimo señor, que vuestras observaciones tocantes a la introducción de capital extranjero, al aprovechamiento de las riquezas naturales y a la reorganización del Erario por el esfuerzo privado y por la acción del Gobierno. Muchos opinan a este respecto que el Congreso haría muy bien al clasificar los proyectos de leyes de hacienda en dos grupos: uno de los proyectos más viables y expeditos y otro de los más problemáticos y trascendentales, cuyo estudio ocasiona discusiones prolijas que pueden consumir el tiempo exigido por los primeros En el primer grupo podrían incluirse: el relativo a los arbitrios que son absolutamente indispensables para cubrir el alcance actual de la Tesorería; el de explotación de nuestras esmeraldas, suspendida ya mucho tiempo y que pudiera restablecerse redimiendo pronto esa renta de los gravámenes que la paralizan, para lo cual podría talvez emplearse parte de aquellos arbitrios; el de formación rápida del catastro que elevando la justa estimación de la riqueza pública, permita atribuír a la nación el aumento del impuesto predial y deje al Municipio o al Departamento la renta que hoy disfrutan; el de un impuesto de exportación sobre los artículos que han subido considerablemente de precio durante la guerra, así como sobre las industrias y empresas de prosperidad más señalada; el de una nueva distribución de gastos entre la Nación y los departamentos, exceptuando aquellos cuyo fisco está menos holgado; el de autorizaciones para contratar dentro o fuéra de la República un pequeño empréstito que asegure durante un año siquiera el servicio de la deuda exterior y deje libres los ingresos del Tesoro para distribuírlos en forma más espontánea y tranquila; el que tenga por objeto restaurar la renta de las salinas maritimas; el que provea a asegurar mejor los rendimientos aduaneros, que tienden a enjugarse; el de la reorganización de la Corte de Cuentas, cuyas funciones andan hoy con demaslada lentitud a causa tal vez de una centralización y de un consiguiente recargo excesivos.

En el segundo podrían caber los proyectos referentes al impuesto sobre la renta y al establecimiento de bancos de emisión, proyectos que deberían considerarse más despacio, mientras se mejora el impuesto predial y mientras se madura el problema del Banco de la Nación cuyo establecimiento, facilitado, en cuanto lo permita la autonomía nacional, por el concurso de alguna entidad bancaria extranjera de primer orden, podía poner a Colombia en el camino de una gran prosperidad.

La organización del Ejército, el servicio militar, la educación de los oficiales y soldados, y la atención a los veteranos fuera de servicio, deben ser atendidos de modo que las mejoras alcanzadas no se paralicen ni retrocedan.

En el Ejercito tiene la República fincados sus derechos, el Gobierno la defensa de su legitimidad y el pueblo su tranquilidad y su paz. Todo lo que sea ennoblecerlo, es honrar la nación y beneficiarla. Por eso me adhiero a la opinión de los que consideran conveniente la venida, a lo menos transitoria, de una misión militar chilena, en el caso de que la suiza continúe aplazada indefinidamente. 

De instrucción pública sólo diré que la primaria merece desvelos para propagarla y mejorarla todo lo posible. El Congreso pedagógico del año pasado reveló un estado satisfactorio en este ramo, susceptible de grandes mejoras, si pueden levantarse los sueldos y honorarios, si pueden construirse edificios escolares adecuados, y si la enseñanza normal consigue todos los elementos que necesita. El grado que sigue en importancia corresponde a la enseñanza industrial, en las escuelas de artes y oficios, llamadas a formar obreros y artesanos, a cuya suerte se atendería multiplicando aquellos institutos y facilitando a los aprendices su colocación en ellos.

La enseñanza profesional se aviene con estudios cada día más prolijos y profundos, lo cual redunda en bien de los facultativos e impide su superabundancia. Condición fundamental de la educación pública es que la instrucción vaya asociada con la formación de las costumbres y con sentimientos de honor y respeto, cosas imposibles si no se apoyan en el temor de Dios, principio de la sabiduría, y en el cumplimiento de los deberes religiosos en la Escuela, en el Instituto y en la Universidad. En esto se hallan acordes los reglamentos oficiales con los ejemplos de la historia y de los pueblos más sabios.

El fomento de las obras públicas y el de las industrias agrícola y fabril es para nosotros una necesidad premiosa sobremodo, y que debe atenderse graduando su conveniencia y siguiendo un plan constante. Considero como la más necesaria, como la más inaplazable de esas mejoras, la construcción y saneamiento del puerto de Buenaventura. Tal como hoy se halla y como ha subsistido desde tiempos remotos, esa entrada del litoral occidental no sólo imposibilita el desarrollo del comercio, sino que es argumento desfavorable a nuestra cultura. Arreglado y saneado ese puerto, tendremos inmediatamente una escala para las comunicaciones y para el comercio, y una salida para los varios frutos y productos de la más opulenta tal vez de las comarcas de Colombia, lo cual excitaría el cambio con las naciones del Pacífico, y aun con aquellas que viven en los mares de la aurora. Sí, la primera de nuestras obras públicas debe ser ese puerto: Buenaventura debe sacar verdadero su nombre en toda la tierra que el Cauca fecunda o domina. Con esa obra se equipara la carretera de Cúcuta a Capitanejo en bien de los Departamentos santandereanos, y luego en el ferrocarril de Popayán a Cartago que en breve puede quedar sometido a condiciones muchísimo menos gravosas que las que ahora presiden a su construcción. Pero tal vez estoy entrando en campos imaginarios, sobre todo en estos días difíciles y me olvido de que en esta materia lo que importa es trabajar mucho y no muchas cosas, y observar un plan y un sistema como lo habéis indicado, Excelentísimo señor.

Del fomento de las mejoras públicas se debe desprender el aumento del trabajo y el bienestar de las clases obreras, que merecen del Gobierno decidido apoyo. Otro tanto hay que pensar de la beneficencia, y en particular de los lazaretos, a los cuales debemos atender, proveyendo a la subsistencia regular de los enfermos y a la higiene y moralidad de sus habitaciones.

La acción social es uno de los medios más eficaces para obtener la prosperidad pública y consiste en la alianza que forman la ciencia, la iniciativa privada y la caridad para mejorar la condición de las clases pobres. Hoy como en la Edad Media y como en los primeros siglos de nuestra era, esa acción incumbe en gran parte al Clero, que no sólo trabaja en la moralización de los hombres, sino en muchas cosas que redundan en favor de la riqueza pública y del bienestar de los pueblos. Esto, que se ha cumplido en los pasados siglos y en otras naciones, esté efectuándose hoy mismo en Colombia, para bién de la República y para honor y prestigio de la clase sagrada, como lo comprueban las muchas obras caritativas y a la vez urbanas de nuestro Primado; las empresas económicas de varios Prelados, entre quienes descuella en esta materia el señor Obispo de Ibagué; las labores de los misioneros que están colonizando con fundaciones y agricultura la cordillera de San Martín o las explanadas de Sumapaz; la obra magnífica que otros misioneros llevan a cabo en las vertientes del Putumayo; los esfuerzos de distinguidos profesores cuyas escuelas pueden con el tiempo hacer recordar la de artes y oficios de San Nicolás, o la de agricultura de Beauvais; y la ilustración de aquellos que desde su observación del Ebro pueden trasladar a Colombia una grande acción social de ciencia y de misiones, asociando a éstas los estudios de topografía y de historia natural y haciéndose así los continuadores de Mutis y Codazzi.

Ah! procuremos, Excelentísimo señor, que nuestra prensa viendo en las cosas lo que hay y sólo lo que hay, se aplique a apagar los diversos fanatismos y a atizar los patrióticos entusiasmos, a detestar la discordia y a promover la santa acción social, que sellaría la libertad y que sacrificando las disensiones injustas en aras de la Religión y de la Patria, depuraría los partidos y los sacaría de la fragua del patriotismo, separados por diferencias políticas y no por diferencias de otra especie.

En vuestro hermoso discurso lo que más ha llamado mi atención es un pensamiento tan sencillo como exacto, expresado en una fórmula bella y feliz. Ese pensamiento es el que habéis expresado diciendo: «Gobernar es servir» Sí, gobernar es eso, porque administración pública quiere decir «servicio en favor del pueblo», y nada más adecuado a ese servicio que aquella acción que sin ser banderiza, se torna en obra patriótica de consagración al bien común y de desvelo por el público adelanto. A esa acción, efectuada con la cooperación de las dos autoridades, nos obligan la ciudadanía, la fraternidad y el juramento.

Es claro que esta actitud, que antepone la administración a la política, no puede conducirnos al olvido de nuestros principios, los cuales requieren ser seguidos en atención a la excelencia que les reconocemos y a la eficacia que poseen. Yo de mí sé decir que como miembro convencido del Partido conservador, trataré de servirlo individualmente, buscando su unión, trabajando porque sus principios influyan en los destinos de Colombia, y procurando que invite y vuelva a invitar a su antagonista al abandono de las preocupaciones sectarias, así como él mismo ha avanzado en el camino de las libertades constitucionales. Pero como mandatario de mis conciudadanos cuidaré de que las autoridades civiles militares respeten y defiendan los derechos consagrados por la ley en favor de las diversas agrupaciones políticas.

En el campo de la administración, y no de ahora sino hace mucho tiempo, he opinado por la simultánea participación de los partidos, es decir, de las agrupaciones permanentes y más considerables, como obra de equidad, que afianza la paz y acrecienta las probabilidades de buen éxito. Bien escuchada la voz de nuestra historia, ella presenta un esfuerzo más o menos seguido en favor de esa cooperación, interrumpida sólo ocasionalmente, preconizada por historiadores tan ilustres como Posada Gutiérrez y los hijos de Rufino Cuervo, y practicada por Presidentes tan señalados como Márquez, Herrán, Mallarino y Núñez. Para que esa colaboración sea fecunda, debe abstenerse de introducir la política en las deliberaciones del Consejo, y debe distribuír los empleos públicos sin espíritu de exclusión y en forma amplia y tolerante.

Como fiel hijo de la Iglesia, cumpliré las leyes que a ella conciernen con tanta más voluntad cuanto más de consumo me obligan a eso mi fe, mis convicciones y una observación que se me ofrece cada día más clara. Ella es la necesidad del cristianismo como única base suficiente de legislación y de justicia, necesidad que va entrando en el campo de las verdades experimentales. Su efecto, la teoría que sobrepone la violencia al derecho, es el duelo entre el paganismo y el cristianismo, porque el derecho no se concibe sin la igualdad jurídica de los hombres y sin la igualdad jurídica de las naciones, y esa igualdad no es posible sin la fraternidad humana, la cual tiene que fundarse en la dependencia del hombre respecto del Padre celestial.

Con estas ideas o deseos he prestado el juramento que acabáis de exigirme. Bien sé que mis hombros son flacos para carga tan dura como ésta y tan agobiadora. Bien sé que para aceptarla sólo tengo buenas intenciones, de suerte que en la relación entre mi cargo y mi preparación y circunstancias, no hallo otra cosa que un hecho profundamente humilde y democrático, que aleja de mi mente la idea de mérito y no oscurece, antes aclara, el concepto que tengo formado de que en el fondo, en el centro y en la superficie del cuerpo social, todos los ciudadanos hemos de considerarnos cual moléculas sometidas a unas mismas atracciones.

Sé asimismo que bajo este peso las horas, los días y las noches me serán amargos; pero también comprendo que conviene que así sea, para que esa mirra impida el desvanecimiento del corazón.

En medio de esos afanes y zozobras, espero que mi buena intención, asociada al posible esfuerzo, favorecida por la opinión sana, y coadyuvada por el patriótico concurso de mis conciudadanos, corresponda a la confianza de un pueblo que parece resuelto a obrar bien. Estos votos formados en horas angustiosas son, Excelentísimo señor, condicionales por eso mismo, y porque, como dijo el primero de los oradores atenienses, la intención está en la voluntad del ciudadano y el resultado reside en la voluntad de Dios. De Dios, cuyo Brazo puede levantarnos, cuyo Verbo puede iluminar nuestros senderos, cuyo Espíritu es poderoso a unirnos en la reconciliación y la paz.

He dicho.

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Kevin Bermúdez

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