Alfonso López Pumarejo
Termina hoy para el partido que me honró durante cinco años con sus demostraciones de confianza, asta depositar en mí la suprema de elegirme para presidir los destinos nacionales-a su nombre y en su representación-la primera etapa de su ambicioso proceso de movilización intelectual de las masas populares que han principiado a sacudir la estructura ideológica de la república con vigor y ha creado una necesidad de cambio social como quizás no se sintió tan intensa en otra época de la vida colombiana.
El espectáculo político que contemplamos es un compromiso estimulante para quien va a hacerse cargo de la presidencia de la república. El país entero está conmovido por una aspiración revolucionaria, que vuelve sus ojos hacia la república liberal, anunciada por los directores de mi partido. No se me oculta que hay gran tensión nerviosa en esta expectativa, prólogo natural de todo experimento político. Hemos aprendido en nuestras luchas posteriores a 1929 que hay una dócil y espontánea facilidad en la democracia colombiana para hacer revoluciones sin violencia sin imposición sin alterar el ritmo legal y la estabilidad republicana, y el pueblo, enterado de que no lo invitaré, nunca a abandonar la paz, ni a salirse de las normas que le dieron sus legisladores y constituyentes, no encuentra obstáculo para localizar en el gobierno próximo las esperanzas de transformación que otros le ofrecen vanamente con la promesa de romper las instituciones, quebrantando el sistema democrático para sustituirlo por la dictadura de las minorías arbitrarias, y de abrir una solución de continuidad en la tradición que más nos enorgullece desde que las heroicas espadas de la última guerra civil se guardaron silenciosamente sobre el puente de wisconsin.
LA BARBARIE POLÍTICA
Confundidos por nuestras pugnas ardorosas, no sabemos apreciar lo que significa para Colombia la circunstancia extraordinaria de que, habiendo correspondido al jefe del conservatismo llevar la voz de su partido en la inauguración del gobierno que va a presidir quien deja hoy de ser director del partido liberal, brote espontáneamente de su discurso la condenación definitiva de la violencia, la exaltación del orden civil, que ahora se mantendrá bajo la imperio de las ideas liberales.
LAUREANO GÓMEZ
Nuestra democracia se resiente todavía de un apasionamiento que, cuando interviene en la propaganda interviene en la propaganda de ideas, las enaltece, y enaltece a quienes las profesan con vigorosa insistencia; pero que se desvía frecuentemente a buscar en los atributos humanos razones para la admiración o el odio frenéticos.
Es el viejo temperamento caudillista que todavía no ha muerto; pero a medida que se clarifique y extienda la libre discusión de las ideas, irá perdiendo importancia y disminuyendo en los colombianos la inclinación a odiarse entre sí para sustentar sus propósitos de predominio político.
De aquí que yo atribuya, señor presidente del congreso, no escasa trascendencia política a la amistad que no ha unido y que habéis recordado con tanta generosidad para con vuestros compañero de estudios y de luchas en los días en que ambos combatíamos, cada uno a su manera y por su camino, con fines distintos, la misma peligrosa impostura democrática. Por esa amistad, que fue bien comprendida, os llamaban a juicio vuestros copartidarios, como a quien se entiende con el enemigo de la guerra, a espaldas de los jefes.
Sin embargo, el país desprivó algunos beneficios de ella, y creo poder esperar fundadamente que seguirá derivándolos cuando quiera que haya necesidad de que los conservadores y liberales combatan con armas más limpias, disputándose la conciencia y la voluntad popular sin que suene un disparo o se crispe un puño territorio nacional.
No temo engañarme al ver en las frases en que concretáis el pensamiento del partido que será el natural adversario del régimen liberal que hoy se inicia, la consolidación halagadora y completa de una organización democrática que podemos presentar con arrogancia como el fruto de muy crueles experiencias para buscar o impedir el acceso de las ideas mayoritarias al poder público. Todos los partidos deben entender ahora que pueden aspirar al poder, a conquistar o reconquistar posiciones sin otra limitación que la de su arraigo en la opinión pública y que si el liberalismo, el gobierno y yo, como jefe del ejecutivo, habremos de disputarles el favor popular con energía, presentándole al país los actos de la administración como los mejores títulos para seguir dirigiendo los destinos nacionales, no volverá a existir la amenaza para quien triunfe, valiéndose de los instrumentos perfeccionados del sufragio, de que lo sea desconocida ninguna de las ventajas que obtenga.
EL CUMPLIMIENTO DE LA LEY
No he jurado respetar las leyes, señor presidente del congreso, con la intención de guardarles una pasiva fidelidad, como la que observaron algunos ilustres antecesores míos.
Quiero que el país entienda que el cumplimiento de la ley será el anhelo activo del nuevo presidente de la república. Que no quedará satisfecha mi conciencia con que mis actos no puedan ser tachados legalmente de ilegales. Quiero que el deposito moral y espiritual que guarda nuestra legislación, se vea sacudido de su polvo para que entren en vigor aquellas disposiciones que cristalizaron un deseo de mejoramiento democrático y no fueron nunca cumplidas. Las gentes dogmáticas no pueden aceptar que una revolución tenga entre sus propósitos el sencillo y claro propósito de cumplir la ley. La ha sufrido con cierto rigor una mayoría desamparada, que la vio aplicar muchas veces arbitrariamente, cuando no al sintió ejercida como arma de castigo y de intimidación.
Las monstruosas injusticias que pesan sobre el conjunto social colombiano no están todas protegidas por la ley, y muchas de ellas habrían tenido remedio si no se hubiese dado una interpretación oligárquica a unas instituciones en cuya letra no podría haber perdurado una aberración contra la voluntad de la nación entera. Donde quiera que prevalece la injusticia el proceso revolucionario se cumple con más facilidad pacíficamente y con el conceso de la opinión pública, como ocurrió con la ley de elecciones que el liberalismo echó por tierra y que se propone modificar hasta colocar sobre bases ciertas de pureza electoral el tranquilo desarrollo de la política colombiana.
El concepto de la igualdad ante la ley no es, ciertamente una innovación jurídica ni moral; pero estoy seguro de que traerá sorprendentes resultados al practicarlo honradamente. El país sentirá trastorno benéfico en sus costumbres cuando el pensamiento legislador no sea torcido por el gobernante para beneficiar un grupo, una entidad política, una clase social, con perjuicio de sus antagonistas o adversarios.
Existen tantos intereses creados a espaldas de la ley, que no descuento la necesidad de que el pueblo tenga que(…) que el gobierno que se atreva, como se atreverá el mío, a reducirlos. La concepción que tenéis de la república civil, señor presidente del congreso, es lo que en política nos pone de acuerdo.
Si algún compromiso podría surgir espontáneamente entre nosotros sería aquel que fuese necesario para impedir el sacrificio de esa concepción republicana que cada día se acerca más a la realidad. Mi optimismo sobre la posibilidad de transformar el país, que hoy se anima con nuevo entusiasmo, no nace de que yo ignore las grandísimas dificultades que en los tiempos que corren se presentan a una obra de gobierno; ni de que desconozca mis muchas limitaciones para llevarla a cabo con fortuna; ni de que pretenda abandonar voluntariamente la realidad nacional para sentirme en una república mejor organizada o más poderosa nuestra. He seguido con interés constante un debate que se prolonga casi tanto como nuestra historia intelectual.
De tiempo en tiempo he oído mencionar varias causas para que Colombia, dueña de recursos innumerables poblada más densamente que muchas otras naciones hermanas, no muestre nada que atestiguo el paso de generaciones de trabajadores sobre su territorio. Ni en arte, ni en ciencias, ni con obras materiales, ni en reservas económicas, se puede seguir aquí, como en otros países, el proceso de acumulación que haya dejado cada etapa de nuestra existencia.
Todo tiene cierto carácter de improvisación acusándolos de no haber dejado prosperar normalmente a la nación. Sin embargo, hay países en condiciones análogas a las nuestras, que nos superaron hace tiempo en muchas actividades, luchando también contra el trópico, con razas más mezcladas y débiles que las nuestras, y comprometidos continuamente en revueltas políticas implacables y sangrientas.
LAS FUERZAS DE LA NACIONALIDAD
Pero las afirmaciones sobre la endeblez de nuestro pueblo, sobre las condiciones climatológicas en que éste se desenvuelve, sobre la riqueza o miseria de nuestro suelo, aun hipótesis sin comprobación porque no se ha hecho estudio de nuestro territorio o de nuestra humanidad que nos permita sacar conclusiones categóricas.
Y una de las causas que se le atribuyen a la pobreza general es precisamente una virtud popular, que nos da el mejor título para ufanarnos de ser colombianos; la aflicción política, que cada vez que ha sido rectamente encauzada ha producido beneficios innumerables y ha consolidado una democracia ejemplar para América y grata de vivir para nosotros.
El tardo paso de nuestro progreso tiene, en mi opinión, una causa sencilla, que actúa sobre la existencia nacional de una manera disolvente, corrosiva, segura. Cuándo decimos que el pueblo colombiano carece de preparación, estábamos seguros de no equivocarnos.
En el taller, en el campo, vemos cotidianamente un tipo humano que maneja sus hierros de labor con rutinario esfuerzo, que no conoce los artificios de su industria y que debe su profesión a una vocación autodidacta. No tenemos maestros de primera y segunda enseñanza, como no sean los que se forman, por su propio esfuerzo, casos aislados, y no en el producto de un esfuerzo estatal sostenido, para difundir por toda la república un grupo de institutores que sepan lo que enseñan y lo sepan enseñar.
Nuestras universidades son escuelas académicas, desconectadas de los problemas y los hechos colombianos, que nos obligan con desoladora frecuencia a buscar en los profesionales extranjeros el recurso que los maestros no pueden ofrecernos para el progreso material o científico de la nación. Por su parte el estado desarrolla su actividad sobre un país desconectado, cuyas posibilidades ignoran generalmente los gobernantes, y sobre el cual se han tejido todo género de leyendas. Los políticos también desconoceremos el terreno social que sirve de camino para nuestros experimentos.
Y en esa general incertidumbre sobre nuestra propia vida, perdemos el tiempo entregados a divagaciones, a conjetures, a las teorías más empíricas sin que la estadística o las ciencias naturales y sociales nos abrevien y faciliten el trabajo, que en las condiciones actuales es fatalmente ineficaz.
EL PROGRAMA PEDAGOGICO
De este concepto, que probablemente tratarán de desvirtuar los litigantes, que tienen siempre la excepción en los labios para negar los hechos colombianos más claros, viene la idea que me he formado de que el próximo gobierno debe llenar principalmente una función de educación nacional.
Si observamos la forma en que han crecido las generaciones colombianas desde la independencia hasta nuestros días, podemos decir con justicia que el estado ha dejado de cumplir con la primera de sus obligaciones: preparar a los ciudadanos para que sepan aprovechar las riquezas del país y para que sus actividades no sean un penoso arar que no produzca resultados proporcionados al esfuerzo que demandan.
Aún no hemos ocupado sino una muy pequeña parte del territorio nacional, y nos amontonamos sobre la que ofrece más facilidades naturales, aunque en ella las condiciones económicas sean muy duras, porque el colonizador y el empresario que quieran lanzarse a la conquista de las tierras despobladas no cuenta con recursos técnicos ni apoyo oficial alguno para hacerla; ni pueda prosperar en el desamparo en que lo condena su falta de preparación y la del estado para ayudarlo y protegerlo. Inmensas regiones, casi todas ellas colindantes con las fronteras marinas o terrestres de la patria, han permanecido sin incorporar a la vida nacional, y el solitario esfuerzo de algunos explotadores audaces se ha ido extinguiendo sin dejar huella permanente.
Ahora la república tiene recursos con que antes no contaba; entre ellos, el primero, un ejército nacional, desvinculado de las luchas políticas, interesado en su progreso técnico, y al cual el gobierno no tiene necesidad de confiarle la cuerda de la estabilidad institucional, que no reposa en la arbitrariedad armada sino en el recto ejercicio de las libertades públicas, y con él, con sus tropas y oficiales, confiándoles la honrosa misión de extender el territorio colombiano dentro de los propios límites, es preciso intentar la incorporación a la patria de dichos territorios. Los beneficios de la ley la justicia directamente administrada hasta el más remoto sitio, la autoridad ejercida tutelar y protectoramiento para los colonizadores el apoyo y estimulo oficiales para ayudar a quienes colaboren a esa obra colonizadora, son propósitos que el gobierno entrante tiene entre los primeros. No solamente en la escuela, en el colegio y la universidad está el campo virgen para emprender un gran esfuerzo educativo.
En el gobierno hay que educar a las generaciones que ya sufrieron la consecuencia de su impreparación al salir de las aulas y que tienen que recibir tarde o temprano el manejo de los negocios públicos de las manos de la que se halla hoy en el poder, luchando con las dificultades propias de su falta de conocimientos.
El pueblo colombiano necesita de educación en todas las categorías, porque desde el trabajador campesino que no sabe nutrirse y no conoce sino el sabor de las raíces que crecen sin mucho cuidado, hasta los que estamos destinados a gobernar la república, fallamos en el esfuerzo por falta de instrucción y de instrumentos intelectuales para utilizarlo totalmente.
Tenemos que formar administradores, financistas y diplomáticos, lo mismo que soldados, aviadores y marinos, que artesanos y agricultores, que obreros técnicos y empleados. No importa que sea preciso remover sin cansancio la burocracia, perjudicar muchos intereses que han ido prosperando a la sombra de la ineptitud, inyectar sangre joven a todas las venas del Estado por donde apenas circula sangre fatigada, enviar al exterior profesionales, obreros y artesanos a que aprendan la técnica de su trabajo para que regresen a difundirla prácticamente; y convertir en una escuela, para que quienes a ella concurran traigan al país nuevas ideas, nuevas enseñanzas, nuevas iniciativas, nuevas aspiraciones.
UNA INVITACIÓN A TRABAJAR
Si yo hubiera de sintetizar el programa que tanto se empeñan en pedirme y que es apenas un propósito de gobierno, diría de él que quiere ser, ante todo, una invitación a trabajar.
Deseo invitar a mis compatriotas a trabajar, cada uno en su esfuerzo, cada uno en su actividad; y contraer, por mi parte con solicito interés porque el trabajo no acá hostilizado o perseguido por la acción oficial, sino que, por el contrario tenga garantizada una estabilidad que ayude a protegerlos contra los azares de la aventura.
La asoladora crisis que todavía no ha concluido ha provocado en todos los países, sin excluir el nuestro, un movimiento de defensa económica que trajo consigo, inevitablemente, condiciones inestables y medidas todas de improvisación. Entre nosotros fue muy sensible este fenómeno, porque el conflicto internacional acabó de crear un estado de grande inseguridad e incertidumbre para los trabajadores, capitalistas o no.
Se ha hecho precisa una meditada o inteligente revisión de las disposiciones de emergencia que fue necesario adoptar para estabilizar el plano en que se mueven el capital y el trabajo.
Mi invitación carecería de atractivo si no fuera acompañada de la promesa de no dejar el trabajo por mucho más tiempo sujeto a la acción movediza de las leyes provisionales, en cuanto mis esfuerzos para lograrlo alcancen su objetivo. Las grandes revoluciones modernas tienen una característica que las hace subyugadoras; una intensa actividad de todos los ciudadanos para el bien común, es ese carácter de servicio civil voluntario que todos prestan a las grandes empresas del estado, esa cooperación que viene de todas las capas humanas, lo que construye material y espiritualmente una nación sobre las ruinas de un estado decrépito anterior. Pero el prodigioso espectáculo de pueblos trabajadores donde todo se ve en movimiento, donde están levantando escuelas y fábricas, construyendo caminos, desarrollando las artes, entregando la mundo cada día nuevas teorías, o descubrimientos científicos, no puede ser patrimonio exclusivo de los países que han perdido la libertad.
La democracia tiene que estar en condiciones de realizar revoluciones parecidas con más entusiasmo y vigor. Yo tengo la impresión, señor presidente del congreso, de que una inmensa cantidad de energías nacionales se pierde en inútiles empresas, en el litigio mental, en imaginarios intentos, en aventuras alocadas. Dondequiera que se logró unificar el esfuerzo de los colombianos para una gran tentativa nacional, dio resultados excelentes: pero nuestra tendencia es rehuir el esfuerzo común y derrochar energías.
Creo, por fortuna, que el pueblo no negará su cooperación a un movimiento que, como el liberal, tienda a sacudir de su indolencia a los colombianos, y a dotarlos de ese optimismo alegre que transforma un país en poco tiempo y que se alimenta de la creación constante, del buen éxito de las empresas que van transformando la nación. Una actividad intensa, en el orden espiritual lo mismo que en el material, que se vea, que se sienta al través de todo el país, y que tenga su mayor estimulo en el gobierno, será una de las características más revolucionarias que aspira a tener una nueva administración.
Juzgo preciso emprender sin desmayos una campaña nacional de progreso, a la cual se sienta vinculada fuertemente la opinión pública y que no sea tan sólo el desarrollo normal de un plan de trabajos oficiales en medio de la indiferencia colectiva.
Mi gobierno quiere ser un animador de toda actividad pública o privada que se encambre al beneficio popular. De idéntico modo a como en las horas de inquietud o alarma internacional el pueblo sabe-dar de sí, espontáneamente, todo lo que el país requiere para su defensa, no veo por qué no podríamos interesarlo en una empresa de adelanto general que nos permite defender y aumentar las riquezas activas con que contamos hoy.
LA POSICIÓN INTERNACIONAL HOY
Hemos derrochado esa enorme reserva que es inteligencia popular colombiana, dejándola sin cultivo ni estimulo; pero hay otra que estamos todavía en condición de recuperar; el prestigio internacional del país, que fue en los primeros días de la república tan extenso y tan firme como talvez no hubo otro en nuestra América.
Todo lo que significa haber contribuido decididamente a la libertad de cinco naciones; el buen éxito de las armas colombianas cada vez que fueron probadas en los tiempos en que era aquella la suprema demostración de vitalidad nacional; y más tarde, el florecimiento universitario y académico que asombraba a nuestros vecinos con la constancia renovación de nuestros hombres de letras; la admiración que causaba en el exterior el progreso de nuestras instituciones políticas, y hasta la forma heroica con que ellas eran defendidas o atacadas en la tribuna, en el parlamento o en los campos de batalla; todo esto se fue perdiendo en un largo proceso de egoísmo nacional, fomentando por gobernantes sin ambiciones, que sólo deseaban resolver sus problemas internos y que no lograban acomodar su espíritu a la idea de buscar para Colombia un puesto de mayor influencia, de más prestigio, en el concurso de las naciones latinoamericanas.
La administración que ahora comienza aspira a que Colombia ocupe en América el puesto que le corresponde, y no uno menor. Nuestras relaciones exteriores no habrán de ser en lo sucesivo la reciprocidad protocolaria de las notas sin alma que van de cancillería a cancillería.
Procuraremos aprovechar toda oportunidad de robustecer los lazos de cooperación y amistad activa con todas las otras naciones; pero particularmente con las de este hemisferio; y ello ocurrirá casi a medida que el impulso de la revolución interna vaya transformando las costumbres colombianas. Cuando el país se dé cuenta de que puede enorgullecerse de su esfuerzo para mejorar sensiblemente la situación en que se encuentra y de que su energía renovadora vale bien por una prosperidad espontánea y sin lucha, querrá vincularse a otros puestos, querrá conocer con mayor extensión las experiencias americanas que precedieron algunas etapas de nuestra existencia e intensificar la corriente humana y espiritual de uno y otro país.
Ningún gran proceso de revolución interna ha podido consumirse entre sus fronteras, sin buscar la aproximación y la intimidad con las transformaciones del resto del mundo. No somos nosotros una excepción y espero que el mismo empuje que logremos dar a la actividad doméstica provoque el interés de ocupar una posición internacional que no sea inferior a nuestras posibilidades ni a la cooperación que podemos prestar a nuestros hermanos de América y a la humanidad con el concurso permanente de nuestra buena voluntad o de nuestra riqueza.
EL PUEBLO Y EL ESTADO
Hoy comienza una responsabilidad nueva en mi vida, sé más que nadie, que en los planes de mi gobierno no hay uno solo que pueda considerarse libre de equivocación. Mis amigos y mis adversarios tienen una obligación patriótica que cumplir, más fácil para los últimos que para los primeros. Y es la de no permitir que yo pueda ofuscarme y que yerre porque a mi alrededor el ambiente se perturbo con las voces sectarias o apasionadas que quieran ahogar las auténticas reacciones de la opinión pública sobre los actos míos o de mis colaboradores. Me entusiasma la perspectiva de cambiar de fisonomía nacional, realizando las transformaciones que están pidiendo casi todos los organismos nacionales; pero no espero que el país se comprometa en una aventura revolucionaria de sus costumbres sin estar seguro de que no deseo estar solo conduciéndola.
Por medio del congreso me propongo dar mayor alcance del que fija la constitución a la intervención del pueblo en la actividad ejecutiva. Necesariamente, habré de incurrir en muchos errores; pero confió que no me faltará valor para ir reconociéndolos.
El pueblo puede tener la seguridad de que cuando el gobierno se equivoque, sabrá porqué se equivocó y quiénes son los responsables de la equivocación.
Este experimento de gobierno no va a ser para nadie un misterio. De la misma manera que llego al poder sobre un sentimiento de confianza sin que persona alguna se sintiera amenazada ni en sus convicciones políticas, ni en su conciencia religiosa, espero que el país tendrá la certidumbre de que no pienso comprometerlo en un ensayo irresponsable. No habrá un solo organismo de control, de consejo o de crítica, que no conozca mis proyectos o empresas, con tiempo suficiente para hacerme conocer su opinión y sus reparos.
Procuró contar siempre con el apoyo de la opinión pública, pero si no fuera así, si con el correr del tiempo descubro que no es posible remover con tan pocas capacidades como las mías la estructura endurecida del país si después de buscar caminos para alcanzar un beneficio como el que me interesa prestarle, no logro hacerlo, podéis estar seguros, señores del congreso, de que no seré el tipo de mandatario que se acomoda a situaciones contrarias a su ánimo y que encuentran tranquilidad en la indolencia burocrática o en la calma agobiadora para las actividades públicas.
No podría resignarme al fracaso de mis intenciones; y mucho menos a ser un presidente de turno, que se deja llevar por la mansa corriente de la tradición administrativa. Si llegare ese caso, el pueblo colombiano debe estar convencido de que no seré nunca el obstáculo para que pueda perseguir su felicidad por caminos que yo no conozco.
LA LIQUIDACIÓN DEL PASADO
Quisiera proponer al país por vuestro intermedio, señores del congreso, que empecemos una liquidación amistosa del pasado, una cancelación cordial de todo ese peso abrumador de rencores y prejuicios; de la impedimenta de conceptos que ya no responden a la nueva realidad y que vienen sin embargo disminuyendo el paso del pueblo colombiano hacia destinos más prósperos.
Pensemos un poco más en lo que nos queda por hacer y llevemos el pasado a su puesto en la tradición nacional, impidiéndole que nos siga acompañando como un invitado de piedra en todos los actos nuevos de la vida nacional. Ojala pudiésemos rodear este movimiento social que se encarna en la república liberal, de un ambiente sin pretensión, de una atmósfera de optimismo, que no vacile ante las innumerables dificultades con que tropieza la transformación de Colombia.
Habitamos un territorio muy accidentado, y no estamos preparados todavía para manejar nuestros destinos con pericia: pero es preciso confirmar la inteligencia a esa realidad criolla, y tratar de vivir alegremente dentro de ellas, sacando el mejor provecho de los dones que nos tocaron en suerte en el providencial reparto de la humanidad sobre el planeta.
Acometemos todos una vasta empresa de construcción nacional.
Observaciones:
Se menciona que el pueblo Colombiano antes de 1929 había demostrado que quería hacer revoluciones sin violencia y que ese será su legado.
Seguramente por las críticas de los conservadores explica el término de revolución sin la necesidad de la violencia y en ese sentido invita a hacer política sin odios y le recuerda a Laureano Gómez que esa no es una manera sana de hacer la lucha política. Aclara que cualquier partido político puede disputarle el poder en las urnas y que estén tranquilos de que será un proceso electoral y de sufragio transparente.
Visión de la revolución democrática: “ Pero el prodigioso espectáculo de pueblos trabajadores donde todo se ve en movimiento, donde están levantando escuelas y fábricas, construyendo caminos, desarrollando las artes, entregando la mundo cada día nuevas teorías, o descubrimientos científicos, no puede ser patrimonio exclusivo de los países que han perdido la libertad. La democracia tiene que estar en condiciones de realizar revoluciones parecidas con más entusiasmo y vigor”.
Llama a la exploración de zonas que no están unificadas en la idea de Colombia, básicamente las cercanas a las fronteras y le da confianza a los “colonizadores” por medio de la ayuda del ejército que no es partidista (según López),
Además reconoce que una de las banderas principales de su gobierno será una INVITACIÓN A TRABAJAR para aumentar el desarrollo y el progreso del país, reconociendo que hay que apoyar la educación y fortalecerla. Además termina diciendo que la revolución la realizará con todo el pueblo, y por ello no es solo suya, con lo que se compromete a dar a conocer todos sus planes, funcionarios, procesos para que todo el mundo sepa cómo van, lo defiendan y también lo corrijan.
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